No puedo decir que no he sufrido de este síndrome. Es un virus que ataca sin discriminación y te quita las ganas de hacer cualquier cosa, y lo peor es que es inevitable contraerlo en algún momento de la vida. La sensación es horrible porque acaba con el autoestima y genera una disociación entre la persona que se supone que somos y la que fuimos cuando hicimos lo que hicimos. Lo lindo de todo, es darse cuenta de que efectivamente éramos otros cuando hicimos lo que hicimos, porque nos pasamos la vida interpretando roles según las fuerzas vitales que nos tiran en determinado momento. Cuando yo hice la vieja cuica -lo he dicho muchas veces en entrevistas- no sabía bien qué estaba haciendo, y no podía hablar al respecto de una manera más meta porque estaba totalmente imbuida por el personaje que estaba encarnando, que no es el de la vieja cuica, sino el de la creadora de un personaje. Ese era mi papel y no sabía por qué lo estaba interpretando. Con los años he podido reflexionar más sobre lo que yo misma hice y ha habido varios momentos en que desconozco totalmente el estado mental en que estaba cuando se me ocurrió hacerlo. La gracia de insistir con un invento, en mi caso los videos, es que puedes ir perfeccionándolos y hay algunas cosas que ya te salen de manera automática, y así uno va matando el síndrome del impostor. Cuando haces lo mismo por 6 años, ya se transforma en parte de ti y no te imaginas la vida de otra manera. ¿Quién sería yo sin la vieja cuica? Sinceramente, no puedo imaginármelo, porque es imposible imaginarse la vida de uno sin las cosas que conforman la vida de uno.
Pero a pesar de ya no sentir tanto el síndrome con respecto al momento en que la creé, sí lo he sentido con las películas que hice en la pandemia. Hay momentos en que realmente no tengo puta idea cómo reuní las fuerzas para hacerlo, y en los peores momentos me retuerzo pensando que lo que yo hice lo podría haber hecho cualquiera y que no supone gracia alguna. Son sentimientos contradictorios: por una parte me admiro a mí misma, por otra creo que no hice nada fuera de lo normal. Qué desastre no?
Como menciono en el podcast, el síndrome del impostor se puso muy de moda últimamente en que el mundo de las redes sociales y la creación de contenido nos enloqueció y nos absorbió las vidas. Ahora un montón de gente no duerme en paz, sintiendo que todavía “no han hecho nada”. Ayer, a propósito de haber alumbrado un logro personal por instagram, un seguidor me dijo: impresionante todo lo que has logrado con 32 años. Eres solo 7 años mayor que yo, y yo no he hecho nada. No puedo estar más en desacuerdo. Es cierto que esa persona no ha logrado hacerse famosa, no ha publicado videos chistosos y no ha hecho colaboraciones mediáticas, pero no me cabe duda que ha logrado un montón de cosas a un nivel más privado. Reducir los logros a lo mediático me parece corto de vista y muy cruel con uno mismo.
Cuando me ataca la ambición de lograr más cosas (que es la consecuencia inevitable de haber logrado algo, es decir, siempre que logramos algo, queremos lograr más), recuerdo que hay pequeños logros que son invisibles a la audiencia de instagram. Mis hijos son simpáticos, gran logro. Me quieren, me necesitan, me hablan, GRAN logro. Tengo un matrimonio bueno y sano, donde me puedo comunicar bien con mi pareja, GRAN LOGRO! Y cuando pienso eso, me tranquilizo. Estamos acostumbrados a dejar pasar las cosas que hemos hecho con esfuerzo y somos ingratos con la persona que fuimos y que se esforzó para hacer eso. Para lograr cualquier cosa, ya sea pública o privada necesitamos tomar decisiones difíciles. Si decidimos priorizar una relación sana con nuestros hijos, estamos dejando de lado, quizás, una educación más disciplinaria que quizás vemos que a otras familias les resulta. Si decides hacer dormir a tu hijo en brazos, pagas el costo de tener dolor de espalda, y dejas de lado las noches más independientes, pero ganas la tranquilidad mental de saber que no dejaste a tu hijo llorando sin atenderlo, para que se durmiera solo. Al final la vida se trata de tomar decisiones coherentes con quien uno es en el momento, y luego apechugar y respetar esas decisiones.
Hace un tiempo conversaba con una amiga que confesaba arrepentirse de haber sido tan bien portada en el colegio. Ahora ya adulta, se daba cuenta de que podría haber sido muchísimo más feliz dejando cagadas y desastres, y que eso no hubiera tenido gran consecuencia, bajo una apreciación más amplia de las cosas. Esto puede ser cierto, y está lleno de discursos parecidos, sobretodo en el tópico del agonizante que repasa su vida y se arrepiente de no haber estado más tiempo con su familia, o de no haber sido más amable con sus colegas, o de no haber disfrutado más de las cosas simples de la vida, por estar muy preocupado de ganar plata. Estos discursos, como el de mi amiga, son demoledores, porque olvidan que las decisiones que tomamos en el pasado, fueron las únicas que podíamos tomar, hasta cierto punto. Quizás mi manera de pensar es un poco determinista, pero creo que si mi amiga se hubiera portado mal en el colegio, le hubiera salido un quiste del porte de una pelota de tenis en la cara de puro estrés. ¿Cómo le vas a pedir a una niña bienportada que empiece a disfrutar la vida y a dejar la embarrada en el colegio, si por algo anda todo el día portándose bien? Quizás el arrepentimiento tiene más que ver con: me hubiera gustado ser una niña liviana de sangre y poco atormentada, para dejar cagadas en el colegio y no sufrir por ello. Pero eso es pedir ser otra persona. Le dije, como consejo, para que dejara de torturarse por no haber sido distinta, que ella fue una niña bien portada porque era lo que necesitaba en ese momento. Quién sabe si ya tenía suficiente con otros problemas, como para además ganarse retos y suspensiones que no tenía la capacidad de afrontar en ese minuto? Este tema es enorme, Qué hubiese pasado si no hubiese pasado lo que pasó. Es, quizás, la falacia que más nos atormenta y nos hace gastar tiempo y saliva.



Hola Fran. Que bacán descubrir tu substack (ayer descubrí que habías retomado el podcast, y de ahí llegué hacia acá).
Concuerdo que es futil y mezquino para con uno mismo cuestionarse demasiado acerca de por qué fuimos como fuimos. Aunque por otra parte, lo que dices de "Al final la vida se trata de tomar decisiones coherentes con quien uno es en el momento, y luego apechugar y respetar esas decisiones", implica un desafío, porque no siempre es facil bancar quien uno fue o lo que hizo en el pasado.